Llevo un par de noches con pesadillas. Son unos sueños muy reales. Y he pensado que no hay mejor forma para alejar esos fantasmas de mi mente que echarlos fuera a través de la escritura, mi habitual medio de desahogo y la forma de mantener mi aparente cordura.
En esas visiones nocturnas se agolpan rápidos sucesos de desesperación y dolor en los que me veo sumergida en las aguas colindantes a la central nuclear japonesa. Estoy sola nadando plácidamente ajena a mi destino. No soy consciente de dónde me encuentro hasta que desde un barco me gritan.
– Estás en peligro. Nadas en aguas radiactivas.
En un primer momento me quedo petrificada. Pero después reacciono con desesperación. Me agito con frenesí pataleando y braceando con angustia tratando de alcanzar ese barco que se aleja rápidamente de mí. Soy incapaz de resistirme al trágico final que me acontece. Tras largos y angustiosos instantes de sufrimiento despierto empapada en sudor. Aliviada de haber salido ilesa y ser rescatada de esa agonía. Por fin.
Hace un mes que sucedió el terremoto en el que tantos ciudadanos perecieron. Tan dramático acontecimiento fue seguido de un tsunami que se llevó tras de sí otros tantos desaparecidos. He leído que, entre unos y otros, la cifra asciende a 27.000. Pero también quedan atrás supervivientes que tras los desastres naturales lo han perdido todo.
A mí la esperanza se me consume. Y a pesar de negarme a ver el telediario por temor a ver esas escenas de horror y desastre, en mis sueños acuden los espectros de lo que ha sido y lo que es. Pero, ¿cuánto tardarán en recuperar un país en el que aún no ha cesado de agonizar la central nuclear de Fukushima?
Mi mente no ceja en pensar también en las corrientes submarinas que interconectan el planeta y esos pobres animales subacuáticos inocentes que sufrirán las consecuencias en un futuro no muy lejano. Y, es cuestión de tiempo, que todos nosotros las padezcamos también.
No puedo dejar de ocultar junto a esa desesperación e impotencia, la admiración por esa delicada educación japonesa de tratar las situaciones más difíciles con una calma extrema, de sentimientos comedidos y entereza, a pesar de que estén rotos de dolor por dentro. He visto en televisión largas colas de hombres y mujeres perfectamente alineados, esperando sumisamente su turno, para poder realizar llamadas telefónicas a los suyos. Y eso me ha dejado sin palabras. Yo no puedo imaginar cómo logran contener sus sentimientos ante la terrible situación que viven.
No puedo menos que nombrar a los ciudadanos anónimos que se quedaron en la central nuclear tratando de contener y apaciguar, en la medida de lo posible, la erupción del volcán de desolación que se forja en su interior. Esos 4 reactores que claman poco a poco, día tras día, por salir a la superficie. Y siguen ampliando el radio de protección de 20 a 40 kilómetros.
Pensábamos que Chernóbil lo habíamos dejado atrás, 25 años, y la pesadilla está aquí de nuevo.