Mi abuela debió de trabajar como detective, o incluso en el espionaje secreto. Os preguntaréis por qué digo eso. Pues bien, ella siempre anda indagando. Es una investigadora nata. No, no es broma.
A mi abuela le gusta llamar por teléfono para confirmar sus teorías conspirativas. De este modo, cuando no se queda conforme con la respuesta que le ha ofrecido un familiar, llama a otro inmediatamente con una celeridad asombrosa, interceptando cualquier tipo de comunicación entre ellos. Ella tiene sus estrategias. Vaya si las tiene.
Como a toda abuela de una avanzada edad se oculta determinada información relativa a problemas médicos o de otra índole para no preocuparla. Pero ella, no sé cómo, siempre se acaba enterando. Sus tentáculos informativos llegan más lejos y más rápido que la velocidad del sonido. Por eso, cada vez que suena el teléfono y el visor detecta su número en la pantalla, los pelos se me ponen como escarpias, mis neuronas comienzan a cavilar a una vertiginosa velocidad pensando si hay algún suceso reciente que deba o no saber mi abuela.