Mi elección de Canadá fue producto de la casualidad. Estar en el momento preciso, en el sitio adecuado. Deambulando por casa, completamente aburrida, localicé a mi madre y a mi hermano sentados a la mesa de la cocina. Entre los dos, extendido sobre la mesa, se encontraba un mapa.
La curiosidad me pudo, y comencé a observar aquellas letras que delimitaban vastas extensiones de tierra. Hipnotizada por aquella cartografía de extrañas letras, sólo podía leer sus nombres con torpeza por un idioma que apenas lograba comprender. A mis oídos llegaban apenas audibles los retazos de una conversación: