Acude a la cocina como cada mañana para desayunar. Intenta asir la taza con serenidad: «Hoy no» murmura. Pero no puede evitarlo, su mano no se ha llegado a levantar apenas unos milímetros cuando comienza a agitarse con frenéticos movimientos incontrolados. Entrecierra los ojos y tras un largo suspiro, lo intenta de nuevo. Comienza lentamente a alzar la taza con aparente tranquilidad hasta que los impulsos zarandean la taza de nuevo, ésta vez derramando el contenido por encima de la mesa. Algunas gotas salpican el suelo. Suelta la taza con desolada furia, que choca contra la superficie marmórea de la encimera.
Hoy también.
Es mi costumbre frivolizar todo tipo de situaciones evitando la confrontación con la realidad. Pero hoy quiero abordar con seriedad un tema como el que se celebra en este día, 11 de abril, considerado el Día Mundial del Parkinson. Enfermedad cuyo síntoma más destacado es la parálisis agitante. Pero también se manifiesta por otros «síntomas no motores», que incluyen pérdida del sentido del olfato, depresión, insomnio e incontinencia.
Esta enfermedad neurodegenerativa que no excluye razas ni sexo ni condición y de la que existen dos tipos de variedades diferenciados en cuanto a la edad de aparición, el más extendido es el ocurre en la edad tardía, a partir de los 60 años, y el otro menos común aparece antes de la cuarentena.
Este es mi pequeño homenaje a todos aquellos que padecen la enfermedad y a sus familias.