Ahora estoy convencida. Tengo la enfermedad de Peter Pan. Me siento como Whendy. Diminuta, sin alas, abandonada y perdida en este mundo de adultos, en el que no encuentro mi sitio.
¡Con lo feliz que era yo jugando al escondite y a «polis y cacos»! Incluso, jugando con mis muñecas, a las que impartía la lección y si no sabían contestar…
– Castigada -le reprendía-. ¡De cara a la pared hasta que la aprendas!