El otro día mi cuñada entregó el dinosaurio de la tienda Natura a mi hijo. Para los que no lo sepáis, es un huevo de tamaño normal, vamos que si te descuidas lo echas a la sartén sin darte cuenta o lo pones a hervir. La diferencia es que al ponerlo en agua no flota, a pesar de no ser apto para el consumo, sino que a los dos días comienza a crecer el dinosaurio que hay en su interior hasta romper por completo la cáscara que lo envuelve y aparece el bebé dinosaurio como un pollito al salir del cascarón.
En el momento en que se lo entregó a mi hijo Luisete, mi cuñada le dijo cómo proceder para que «naciese» y después añadió:
– De aquí saldrá un dinosaurio que crecerá y será tu amigo.
Palabras erróneas. Tenía que haber dicho que saldría un muñeco, nada más.
Ya sabéis que los niños se quedan con cada palabra y además, mi hijo es de los que analizan hasta el más mínimo detalle. Por lo que nada más llegar a casa me urgió para que lo metiese en agua mientras él se ponía de puntillas agarrado a la mesa para conseguir que sus ojillos llegasen a la altura del vaso y, así se quedó un rato con su mirada pegada al vaso con el fin de no perderse ningún movimiento.