Tras cinco meses de sequía literaria, y con escaso tiempo libre, me decidí escoger una novela corta, de apenas ciento cincuenta páginas, y una letra grande, pensando que «Lo bueno viene en frasco pequeño» y, además, sería la mejor forma de quitar el gusanillo. Por ello, me decanté por la novela La Invención de Morel del escritor argentino ya fallecido Adolfo Bioy Casares. Pero pronto me percaté de mi error.