Entre los beneficios de tener un animal de compañía está la función de despertador. Sí, pero no es gratis y ahora os explicaré por qué.
Todas las mañanas realizo la misma rutina nada más levantarme: acudo al dormitorio de mi hijo con intención de despertarlo, pero no hay manera de lograr mi objetivo a la primera, así que levanto la persiana y le destapo. Mientras le dejo que se vaya desperezando me voy a la ducha. Sin embargo, cuando salgo y abro la puerta lo suficiente compruebo que él aún permanece en la cama en brazos de Morfeo.
-¡Luisete! -grito a través de la puerta entreabierta-. ¡Arriba!, que no llegamos.
No hay respuesta. Entonces, ha llegado el plan B. Es el turno del perro.
-Peluche -le llamo, buscándole con la mirada-, ¿dónde estás?
El se desliza por debajo de la cama y, como si fuera un ritual, estira lentamente las patitas delanteras y después las traseras para observarme con aire soñoliento.
-Ve a despertar a Luisete -le ordeno.
Él se sienta sobre sus patas traseras y gira la cabeza en dirección al cuarto del niño en cuanto oye su nombre, si bien no aparenta tener ninguna intención de moverse del sitio.