¡¿Qué le han hecho a mi coche?!

Ayer tarde vinieron mis padres a ver a Luisete. Salimos juntos del polideportivo y, mientras ellos se fueron a por su coche que lo tenían aparcado lejos, me encaminé hacia el mío para dejar la mochila en el asiento trasero. Entretanto daba paseos, arriba y abajo por la acera, ensimismada con la vista fija en el suelo, pensando en mis cosas, cuando oí un claxon. Reconocí el coche de mi madre que se puso en doble fila. Salí hacia la calzada entre los vehículos aparcados en línea cuando, de repente, pasé por delante del coche y vi que una parte del retrovisor se le había saltado la pintura, dejando entrever un par de líneas azules.

– ¿Cuándo lo habré hecho? -me pregunté y seguí avanzando cuando me fijé que la parte trasera del parachoques estaba completamente fuera-.
– Pero, qué… -me quedé petrificada. No daba crédito-.Mi padre se acercó hasta mí.
– ¿Qué miras? -preguntó siguiendo con la mirada hasta dar con el golpe en la chapa por encima de la rueda.
– ¿Has visto? -pregunté enojada-.

Mi padre asintió en silencio al ver el desperfecto. Finalmente dijo:
– Eso es por un coche mal aparcado que te ha rozado al salir.
– Pues no sé cuándo ha sido -dije, repasando mentalmente cualquier posible incidencia al tiempo que negaba con la cabeza-.
– ¿Ayer lo tenías? -preguntó mi padre, tratando de averiguar cuándo ha podido ocurrir.
– No -rechazo la idea de inmediato-. ¡Ni hoy! -replico con creciente disgusto-.

Levanto la cabeza y miro a mi alrededor. No me lo puedo creer.

Mi padre comienza a darle con el pie para intentar que la chapa vuelva a su sitio original mientras sigo el proceso entre enfadada y resignada.
Estamos los dos completamente absortos tratando de arreglarlo cuando un hombre se acerca a nosotros.
– ¿Qué pasa? -pregunta con curiosidad-.
– Pues nada -responde mi padre- que estamos tratando de arreglar esto -dice dando un nuevo golpe a la chapa con la punta del zapato-.
– Y, eso, ¿por qué? -pregunta el hombre con interés-.

Entonces nos volvemos los dos hacia el hombre para observarle de nuevo. La explicación parece clara y nos quedamos callados sin decir nada.

– Digo, que ¿por qué estáis dando patadas a mi coche?

Su pregunta me ha dejado de piedra. Su cara de estupefacción no da lugar a dudas. Doy un paso al frente y me giro para comprobar la matrícula. Efectivamente no es mi coche. Es la misma marca, modelo y color (nada común he de decir a mi favor). Pero no es mi coche.

Ups. No sé dónde meterme.

Mi padre colorado murmura un perdón y nos apartamos para comprobar que mi coche es el que está aparcado a continuación.

– Así decía yo que quién me había arañado el coche -repuse con alivio y una sonrisa que al dueño del vehículo no le debió de agradar en absoluto-.

-Y yo te iba a decir que dónde tenías la insignia -añadió mi madre a voz en grito, señalando el hueco vacío donde debería de estar. Acompaña sus palabras de su risa más escandalosa-.

Mi padre y yo nos alejamos haciendo mutis por el foro, deslizándonos en silencio como sombras. Nuestra intención es darle rápidamente la espalda a aquel señor y que se olvidara de nosotros lo antes posible.

Sin embargo, las sonoras carcajadas de mi madre no lo ponen fácil. Le ha entrado la risa floja y cuando coge carrerilla no hay quien le pare. Sus risas resuenan hasta en China.

– Mamá, por favor -susurro. No veo al hombre pero siento sus ojos en mi nuca-.

-Y yo me preguntaba -se animó a decir, una vez superada la fase de estupor- ¿qué le pasa a ese señor con mi coche? ¿Por qué le está pateando?

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