El Dinosaurio de Natura

El otro día mi cuñada entregó el dinosaurio de la tienda Natura a mi hijo. Para los que no lo sepáis, es un huevo de tamaño normal, vamos que si te descuidas lo echas a la sartén sin darte cuenta o lo pones a hervir. La diferencia es que al ponerlo en agua no flota, a pesar de no ser apto para el consumo, sino que a los dos días comienza a crecer el dinosaurio que hay en su interior hasta romper por completo la cáscara que lo envuelve y aparece el bebé dinosaurio como un pollito al salir del cascarón.

20160217_185435En el momento en que se lo entregó a mi hijo Luisete, mi cuñada le dijo cómo proceder para que «naciese» y después añadió:

– De aquí saldrá un dinosaurio que crecerá y será tu amigo.

Palabras erróneasTenía que haber dicho que saldría un muñeco, nada más.

Ya sabéis que los niños se quedan con cada palabra y además, mi hijo es de los que analizan hasta el más mínimo detalle. Por lo que nada más llegar a casa me urgió para que lo metiese en agua mientras él se ponía de puntillas agarrado a la mesa para conseguir que sus ojillos llegasen a la altura del vaso y, así se quedó un rato con su mirada pegada al vaso con el fin de no perderse ningún movimiento.

– Tardará un par de días -le dije, tratando de calmar sus nervios, al tiempo que le alejaba suavemente del vaso.

Hasta ahí parecía haber quedado la anécdota, si no fuera porque al día siguiente, en la hora del desayuno, y sin mediar previamente palabra alguna del tema, me preguntó:

– Mamá, ¿qué vamos a hacer con la correa del perro?
-¿Qué quieres hacer? -le pregunto completamente desconcertada.

El me mira con esos ojos inteligentes que me indican que su inquieto cerebro está tramando algo. Es cuando me pongo en tensión, con mayor razón al escuchar lo que viene a decirme a continuación:

– La vamos a tener que dividir en dos.

En algún lugar de mi cerebro suenan las alarmas al tiempo que se encienden miles de luces rojas parpadeantes y se me erizan los pelos como los de un puerco espín.

Luisete es de los que raramente comparten una idea que pasa por su cabeza. Es impulsivo y lo habitual en él es que actúe y después explique el por qué lo ha hecho. Lo cual no quiere decir que sea falto de lógica. Es más, a mí me dejan de piedra sus razonamientos. Pero en ese momento reconozco que estoy bastante intranquila.

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– ¿Por qué? -digo al tiempo que busco alrededor que no haya unas tijeras cerca, por si acaso.

– Para poder llevar también al dinosaurio.

Sin palabras, así me dejó el pequeño Luisete. Consiguió placar mis nervios y me fundió por dentro más rápido que un helado a pleno sol de agosto. Pensaba que le iba a hacer polvo al decirle que del huevo no saldría un animal de verdad, pero lo cierto es que se lo tomó mejor que yo, que me sentí fatal al romper un mito, y lo que es peor, sabiendo que no será el último…

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