Las Navidades se nos escapan de las manos, se deslizan entre los dedos para alegría de unos y desgracia de otros. Atrás queda la esperanza perdida por no haber recibido nada en el décimo de Navidad, tras la inicial ilusión, escuchando a los niños de San Ildefonso, repartiendo premios y alegría en forma de números premiados del Gordo de Navidad.
Decimos adiós a ese tiempo que hemos estado anhelando que llegase, algunos sólo con el deseo de disfrutar de un descanso en el trabajo, seamos francos. Quizá por un viaje planeado con la familia o los amigos, o simplemente para cambiar de aires y celebrar estos días con los más queridos. Pero en cambio, acabamos descubriendo con horror que la realidad no es siempre como uno se la imagina (ni de lejos).
Cuando por fin llega la ansiada fecha no paramos de discutir y cualquier nimiedad es un recordatorio de que no soportas estar con tu cuñado, que siempre se empeña en tener la razón. Tu cuñada que siempre está con el ceño fruncido, como si se lo hubieran tatuado con tinta indeleble. Tu suegra te mira de reojo y en tu fuero interno estás convencida de que piensa que eres poco para su niño. Pero sin lugar a dudas, tu familia directa siempre es la peor, porque te conocen desde que eras un bebé y se empeñan en seguir tratándote como si no hubieras evolucionado ni un ápice, a pesar de haber formado tu propia familia. A tu madre le parece poco lo que tienes, el trabajo no es lo suficientemente bueno y se empeña en darte lecciones de todo tipo. Tu abuela en cambio, está continuamente indicando que comas más, que te vas a quedar en los huesos. Tus hermanos son más sinceros que tus hijos y, eso, no es bueno.
En fin, que deseas regresar cuanto antes a la bendita rutina. Pero, ¿Cuál es el comienzo de las Navidades? Es fácil de prever porque siempre es el mismo.
-¿Cómo lo hacemos? ¿Nochebuena con tu familia y Nochevieja con la mía?
-¿Por qué no en nuestra casa?
-¿Te has vuelto loco? Es un marrón. No mejor en la de mis padres.
-No, ¿por qué? Eso lo hicimos el año pasado. Mejor nos vamos a comer fuera.
-¿Y quién paga?
-A medias. No, mejor ellos que no paran de alardear lo bien que les va en el trabajo y lo mucho que cobran, ¿no?
Sí, las Navidades es época de amor y paz. Pero en muchos casos las familias acaban en guerra. Además, bien sabemos que no queda ahí la historia, porque a parte de acabar engullendo más comida de la que nuestros estómagos están habituados y más bebida de la que nuestro hígado tolera en un año, llegan los problemas acerca de los gastos por las celebraciones con los amigos, compañeros de trabajo, familiares y vecinos que pasan factura no sólo a nuestro cuerpo, también a nuestra cuenta bancaria. De modo que llega la cuesta de enero los buenos propósitos y con la dedicatoria del banco por los gastos realizados.
Sin embargo, después de todo, sin duda alguna me quedo con un grato recuerdo de estas Navidades, las primeras en las que Luisete es consciente de lo que ocurre en estas festividades. La función del colegio fue al ritmo de una música pegadiza que me recordará la Navidad a partir de ahora y el baile de mi pequeño:
Espero hayáis disfrutado estas fechas y, a los que no, estad tranquilos, aún tenéis un año para olvidarlas.
FELIZ 2016 y que os traigan muchos regalos los Reyes o Reinas Mag@s.