Los adultos influenciamos en los más pequeños de múltiples formas, en la gran mayoría sin darnos cuenta siquiera de ello. Nuestra personalidad, nuestra forma de ser y de comunicarnos con los demás la hemos aprendido desde la edad más temprana, unas veces imitando comportamientos y otras a base de nuestras propias experiencias con el paso de los años. De esta forma hemos ido desarrollando nuestra forma de ver la vida y de actuar ante las adversidades.
Los niños, al igual que nosotros en su día, han de aprender por sí solos, cometiendo sus propios errores, evitando copiar los errores de los demás, que a tan temprana edad son difíciles de apreciar, con mayor motivo si el modelo a seguir somos sus padres, que como seres humanos que somos, cometemos errores. En ocasiones los progenitores, tratando de enseñar, mediamos en los conflictos de los más pequeños, resultando ser una mala influencia y un error.
Pero nunca es tarde para seguir aprendiendo, máxime si las lecciones nos las dan los más pequeños. A continuación os dejo la anécdota que tuvo lugar hace dos días y en la que mi hijo Luisete hizo una demostración de la resolución de conflictos de la manera más sencilla y pacífica imaginable.
El otro día, después de recoger a Luisete del colegio, fuimos a hacer unas compras al centro comercial y como todo niño, en cuanto ve un cochecito se monta, y aunque no le echemos monedas se sienta y toma el volante entre sus manos. La imaginación hace el resto.
Estábamos en la última planta del centro comercial en la que hay un avión con una cámara para hacerse fotos mientras se pilota y Luisete se subía y bajaba una y otra vez, incansable como siempre. Hasta que llegó otro niño a la carrera e intentó subir. Ahí comenzó el problema, discutiendo los dos por montar al mismo tiempo.
– Déjame.
– No, ¡estaba yo!
La madre del niño se giró al oír a su hijo protestar y en cuanto lo vio discutiendo salió disparada hacia él y le hizo un placaje propio de jugadores de rugby profesionales.
La escena era surrealista. Madre e hijo tirados en el suelo, forcejeando entre ellos mientras Luisete y yo les mirábamos atónitos.
– Déjale, que estaba él antes -le decía ella, tratando de sujetarle ambos brazos, mientras su hijo intentaba por todos los medios de desasirse de las ataduras.
En un determinado momento salí de mi estupor y traté de convencer a Luisete de irnos a hacer la compra, que ya era hora. Además, no me parecía adecuado que viese el numerito. Sin embargo, fue Luisete quien mostró la mejor opción en cuanto pareció salir del trance. Se acercó al niño y le cogió de la mano.
– Ven conmigo -le dijo.
La madre aflojó la presión y el niño aferró la mano de mi hijo como si fuera un salvavidas y él un náufrago a la deriva.
– Te voy a llevar a un sitio chuli -continuó Luisete.
Acto seguido se fueron los dos juntos de la mano y se montaron en otros dos coches, de bomberos y de policía respectivamente, que había a menos de diez metros de distancia. Allí permanecieron jugando durante un buen rato hasta que, ya calmados los ánimos, le logré convencer para ir a hacer la compra.
Adiós conflicto. Todo solucionado. Así de sencillo. Increíble, ¿no?
Está claro que los problemas los han de resolver los niños entre ellos. Luisete demostró lo fácil que es resolver un conflicto sin discutir y lo complicado que lo podemos llegar a hacer los adultos. Aunque lo que influye, como habréis comprobado, es que tengo un pedazo de ángel en casa.
Y vosotros, ¿cómo sois? ¿cómo os comportáis en la resolución de conflictos? ¿sois pacíficos o violentos?