Mi abuela fue detective

Mi abuela debió de trabajar como detective, o incluso en el espionaje secreto. Os preguntaréis por qué digo eso. Pues bien, ella siempre anda indagando. Es una investigadora nata. No, no es broma.

A mi abuela le gusta llamar por teléfono para confirmar sus teorías conspirativas. De este modo, cuando no se queda conforme con la respuesta que le ha ofrecido un familiar, llama a otro inmediatamente con una celeridad asombrosa, interceptando cualquier tipo de comunicación entre ellos. Ella tiene sus estrategias. Vaya si las tiene.

Como a toda abuela de una avanzada edad se oculta determinada información relativa a problemas médicos o de otra índole para no preocuparla. Pero ella, no sé cómo, siempre se acaba enterando. Sus tentáculos informativos llegan más lejos y más rápido que la velocidad del sonido. Por eso, cada vez que suena el teléfono y el visor detecta su número en la pantalla, los pelos se me ponen como escarpias, mis neuronas comienzan a cavilar a una vertiginosa velocidad pensando si hay algún suceso reciente que deba o no saber mi abuela.

Finalmente acabo cogiendo el auricular con miedo, y me entran ganas de santiguarme antes de contestar. Seguro que acaba pillándome en un renuncio, aunque no sé bien en qué. Así que acabo pensando por lo bajo antes de responder: Que no me pille esta vez

-Hola, mi niña -saluda alegremente-. ¿Cómo estás?

-Bien abuela, -respondo con cautela al tiempo que desciendo el volumen del televisor al mínimo. Hay que estar alerta- ¿Y tú, cómo estás?

Tras las típicas preguntas de rigor llega la pregunta estrella. Esa que hace indirectamente y hasta cambia el tono de voz. Parece que veo sus ojos avispados centrándose en cada palabra vacilante, en el sonido de mi respiración y hasta puedo escuchar los latidos de mi corazón acelerado.

-Oye, ¿ha venido tu padre hoy?

Mierda. ¿Ahora qué digo? ¿Ha venido o no ha venido? Por supuesto que ha venido, pero no sé si ha pasado por su casa. Entonces, ¿qué le digo? Si no ha pasado a verla, llamará seguidamente a mi padre para preguntarle por qué no ha ido a verla. Qué indecisión.

¡Quiero el comodín de la llamada!

– Eh…, sí vino -respondo a media voz.

– Sí, por aquí también pasó.

¿Por qué me preguntas abuela? Me estás sometiendo a una prueba continua. ¡Qué estrés! Las palabras rondan mi mente pero no escapan de mis labios por décimas de segundo

– ¿No te vas de vacaciones?

-Sí abuela.

-¿Cuándo te vas?

Uff, esta pregunta me la sé. Es fácil.

– En quince días.

– Pues tu padre me ha dicho que…

Ahí salta la liebre. ¿Qué le habrá dicho mi padre?

– … os vais el viernes a casa de tu hermano.

Es una idea que vengo rumiando desde hace días, pero no sé cuándo exactamente pasaré por su casa, si será antes o después de las vacaciones, así que no tengo muchos detalles que ofrecerle.

– Pues no lo sé, abuela. Supongo, pero no sé cuando.

– Anda, pues ¿todavía no lo sabéis?

– No hay nada seguro abuela.

– Pues digo yo que tendrá que saberlo tu hermano.

A mi abuela no le falta razón. Mi hermano ya sabe que voy un día antes o un día después. Le avisaremos antes, aun quedan quince días por medio.

– Claro abuela.

– Ah, eso me parecía a mí.

Ahí está la puntilla. Ella siempre finaliza sus sospechas con la misma frase. Es entonces cuando sabes que la conversación está practicamente finalizada. Ella lo sabe todo antes que cualquiera. Las ideas pasan por mi mente, pero ella las pone en voz alta.

– Pues ya sabes más que yo, abuela.

Pero este tipo de conversaciones, cuando atañen a la propia persona, son las más fáciles de responder. Sin embargo, a mi abuela le gusta llamar por teléfono para preguntar cualquier duda que se le pase por la cabeza. Como en Navidades que llamó para preguntar dónde cenaríamos el día de Nochevieja, si sería en casa o no.

– Pues no lo sé aún, abuela -respondo indecisa. Estas son las palabras más usadas cuando hablo con mi abuela. A veces creo que debe de pensar que soy tonta, que nunca sé nada.

Ella en vez de protestar sigue hablando sin parar, más que nada producto de su incipiente sordera y sus pocas ganas de que la lleven la contraria.

– Yo solo te lo decía porque voy a comprar…

– No hace falta que compres nada -interrumpo, o al menos creo hacerlo, pues ella continúa hablando sin cesar.

– … y si no lo coméis lo congeláis.

– Abuela -digo levantando aún más la voz con el fin de que oiga mis palabras-, no compres nada.

– Que te he dicho que voy a comprar… -responde enojada y alzando la voz más de lo necesario.

Es el momento de dejar de discutir con la abuela. Ella siempre gana.

– Entonces, si no lo coméis esa noche lo congeláis -repite como si no le hubiera escuchado la primera vez.

– De acuerdo abuela -replico resignada-. Y, no te preocupes, que yo te llamaré en cuanto sepa seguro si hacemos aquí la cena.

– No hace falta -repone en tono resuelto-. Ya me enteraré.

Esas palabras flotan desde el auricular, ondeándose en el aire delante de mis narices como una burla. Como si ella tuviera pinchado el teléfono o hubiera dispuesto una cámara en mi casa. Esas palabras intrigantes ahondan en mi mente. Miro asustada a mi alrededor. ¿Me estará observando? ¿Es esa su forma mágica de enterarse de todo?

Sí, mi abuela debió de ser investigadora privada, le delata ese instinto detectivesco. Cada vez que suena el teléfono tiemblo. Lo siento chicos, he de dejaros está sonando…

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