Estaba tan acostumbrada al identificador de llamadas que ahora me resulta extraño descolgar el teléfono desconociendo la identidad del emisor de la llamada. Además, curiosamente, parece que todo el mundo que llama a casa busca a la misma persona, un hombre que a estas alturas sospecho que debe ser moroso (según comenté en el post Conversaciones Extrañas II). Pero también, erróneamente, han preguntado por la parroquia y hasta por alguna pequeña empresa. Hoy, una vez más, la llamada giró en torno a uno de esos temas. El moroso. La conversación fue la siguiente:
– ¿Si? -repuse al descolgar el auricular.
– ¿Beatriz? – contesta una voz de mujer.
– No -dije secamente.
– ¿Isabel? – insistió la mujer.
– No -repliqué, temiendo que comenzara a enumerar un listado sin fin de nombres femeninos.
– Yo soy Ana, ¿tú quién eres? -resolvió ella con dudas, tratando de identificar la voz.
– Creo que te has equivocado -respondí mecánicamente, acostumbrada a este tipo de respuestas.
– ¿No he llamado a casa de mi hermano? -respondió una voz incrédula, mientras al otro lado de la línea oía que revolvía algún papel incómoda, como si estuviera tratando de visualizar la pantalla de su teléfono para cerciorarse de que el número al que había marcado era el mismo que tenía anotado.
– Pues no tengo ninguna hermana.
Lo reconozco. La respuesta no fue la más acertada. En todo caso debería de haber dicho: no eres mi cuñada.
– ¿No vive ahí José Ignacio? -insistió nuevamente.
– Pues no -repliqué al oír el nombre del hombre más pronunciado durante el último año en cada ocasión que levantaba el auricular del teléfono.
Vaya, qué afortunada soy. Fui a dar con la hermana del moroso.
– Pero, ese no es el … -dijo la mujer, recitando mi número de teléfono fijo.
– Si -repliqué cansada-. Pero hace más de un año que no tiene este número. Es más -añadí harta de dar siempre la misma contestación- cuando hables con tu hermano, dile que por favor ponga al día a todos sus contactos, pues me están acribillando a llamadas.
– De acuerdo, ya se lo diré -contestó con una voz que sonaba sorprendida y confusa a la vez-. Y perdona.
– Nada. Muchas Gracias a ti.
Ya veo que no hablas a menudo con tu hermano…
Y aquí espero que, en cuanto le localice, se acabe una tanda de las llamadas a José Ignacio.
Apenas unos minutos más tarde me imaginaba recibiendo otra llamada posterior que sería algo así:
– ¿Si?
– Hola, soy José Ignacio, ¿tienen algún recado para mí?