Tras cinco meses de sequía literaria, y con escaso tiempo libre, me decidí escoger una novela corta, de apenas ciento cincuenta páginas, y una letra grande, pensando que «Lo bueno viene en frasco pequeño» y, además, sería la mejor forma de quitar el gusanillo. Por ello, me decanté por la novela La Invención de Morel del escritor argentino ya fallecido Adolfo Bioy Casares. Pero pronto me percaté de mi error.
Lo que pretendía ser una lectura rápida, sencilla y placentera se convirtió en un pequeño círculo, el mismo en el que el protagonista se ve envuelto día tras día. El personaje principal, prófugo, injustamente perseguido según el mismo indica, huye desde Caracas a una pequeña isla, aparentemente Villings, perteneciente al archipélago de Ellice. En ella descubrirá que no está solo. En lo alto de una colina, como cada atardecer observará a Faustine, en ocasiones acompañada por Morel. Es entonces cuando surge un sentimiento.
«Ya no estoy muerto: estoy enamorado«.
Desde ese momento vigilará de lejos cada uno de sus movimientos, pero incapaz de quedarse al margen, tratará de llamar la atención de la mujer, a riesgo de ser descubierto y entregado a la justicia.
«(…) no estuve muerto hasta que aparecieron (…), en la soledad es imposible estar muerto».
Pero, ellos parecen ignorarle. Entonces, ¿qué ocurre? ¿por qué le ignoran? ¿está muerto? ¿es una alucinación? ¿está loco?
Novela: La Invención de Morel
Autor: Adolfo Bioy Casares
Categoría: Fantástica
Recomendación: Lectura sin pretensiones. El libro consigue introducir al lector en la paranoia del protagonista y llevarle hasta un final decepcionante.