Era una mañana de finales de enero en el noreste de Inglaterra. Había amanecido completamente nublado. Lionel se encontraba en el margen del río Tyne. A su alrededor un par de mujeres se encontraban arrodilladas sobre la orilla. Entre sus manos varias prendas de ropa que frotaban con ímpetu contra una pequeña plataforma hecha con unos maderos anudados entre sí con gruesas cuerdas.
De pronto se levantó una ráfaga de viento frío que puso los pelos de punta a Lionel. Parecía un mal augurio. Levantó la vista hacia el cielo oscuro. Las mujeres imitaron el gesto y comenzaron a frotar con mayor rapidez. El cielo se encontraba plenamente cubierto por unas nubes negras que impedían la visión de los rayos de luz, amenazaba una inminente tormenta.
A espaldas de Lionel se encontraba William que le dio un pequeño empujón sobre el hombro.
– ¿Qué ocurre? –le instó a Lionel con retintín-. ¿Acaso no te atreves?
– Claro que sí –replicó alzando la voz, pero sin mucho convencimiento.
Para auto convencerse avanzó otro paso más hacia el borde del río, maldiciendo para sus adentros.
Una ráfaga de viento frío hizo sentir la salpicadura de diminutas gotas de agua contra su rostro. La humedad estaba agarrotándole los huesos. Comenzó a caer una fina lluvia que parecía empañar su conciencia.
Las mujeres amontonaron la ropa con una ágil maniobra y la sostuvieron en un costado, salieron apresuradamente cuando las primeras gotas de lluvia caían a su alrededor. William y Lionel se quedaron aparentemente solos.
– ¿Seguro que sabes nadar? –se mofó William con un deje burlón.
– Si –respondió Lionel, en un hilo de voz. Aunque sabía nadar, no estaba seguro de que fuese capaz de bañarse en el río en aquellas condiciones.
– Entonces, adelante –dijo con un ademán, señalándole el río.
Las gotas de lluvia comenzaron a caer con mayor intensidad a su alrededor, empapándoles poco a poco la ropa.
– Está bien –dijo con paso indeciso.
Maldita sea. ¿Cómo había acabado cediendo a una estúpida apuesta?.
Se aproximó lo máximo hacia la orilla y comenzó a zambullirse lentamente en las frías aguas del río. Su cuerpo comenzó a tiritar al instante.
– Debes de llegar hasta la otra orilla –le recordó William, señalando con el dedo índice el otro lado.
– Te he dicho que lo voy a hacer –protestó Lionel, molesto.
Apenas dio un par de brazadas, cuando se levantó un viento intenso y helador. Las oscuras aguas del río comenzaron a moverse con rapidez, generando unas pequeñas e incontrolables olas. Los pequeños tablones de madera sobre los que habían estado apoyadas las mujeres al frotar la ropa, se deslizaron hacia el agua y golpearon a Lionel en la cabeza en el preciso instante en que iba a tomar aire. Perdió la orientación durante un segundo, tragó agua y desapareció de la vista de William, que se afanaba tratando de vislumbrar la figura de Lionel sobre las oscuras aguas. Incapaz de ver nada se lanzó al agua, agarrándose sobre los maderos. Sobre un esquinazo había un par de camisas anudadas que habían dejado olvidadas las mujeres. Una heladora ráfaga de viento frío se introdujo entre las costuras de las camisas generando una bolsa de aire. William se sentó sobre los tablones con indecisión hasta comprobar que mantenían su peso. Una vez seguro buscó la figura de Lionel. A pocos metros de distancia divisó por un instante su cuerpo. Hundió la mano en el agua para darse impulso, y tiró con fuerza hasta subir el cuerpo sobre la pequeña balsa.
«Es parentesco sin sangre una amistad verdadera».Pedro Calderón de la Barca
El 30 de enero de 1790 se probó el primer bote salvavidas en las aguas del río Tyne. Tanto William Wouldhave como Lionel Lukin afirmaron ser los autores del invento que permite a los náufragos mantenerse a flote hasta ser rescatados. Hasta la fecha, muchas vidas han podido ser salvadas a través de estas pequeñas embarcaciones. Quién de los dos fue el inventor, o cómo dieron con la idea de semejante invento es una incógnita a día de hoy. Para todos vosotros he relatado cómo sería en mi imaginación.