La vida es sueño y los sueños, sueños son

En cada ocasión en que recuerdo un sueño, éste me resulta aún más absurdo que el anterior. Pero, el de esta noche… me ha dejado sin palabras. Os lo comento para que os riáis un rato, o me psicoanalicéis. Lo que más os guste.

El inicio del sueño no lo recuerdo con claridad. Pero sí, que acudía nuevamente a la Universidad. Era el primer día, o al menos, de los primeros días de curso. Al finalizar la clase, como buena estudiante, me acerqué a la biblioteca para informarme de la documentación necesaria para el desarrollo de la asignatura en cuestión. Dicho sea de paso, es algo que no hice en mis tiempos universitarios.

Y allí, junto a la sala de lectura, divisé una amplia estancia de cerca de cuarenta metros cuadrados. Como un apéndice más del archivo, me encontré un compartimento abierto, sin puertas, ni columnas de separación. Pero, a diferencia del resto de la biblioteca, no había estanterías repletas de libros, sino…

aseos.

Los psicólogos a esta hora me estarán psicoanalizando. No hay problema, disfrutarán más cuando descubran el final del relato.

Propio de la intriga, la curiosidad, y una enorme incontinencia urinaria, me adentré en la sala. Había inodoros por todas las paredes. Con unos escasos centímetros de separación, se alternaban los urinarios masculinos instalados en la pared, y los clásicos fijados al suelo.

Por suerte, todos estaban vacíos.

Para los psicólogos, analistas de sueños, diré que, eran todos sencillos, blancos, y estaban limpios.

Fui hasta el fondo de la sala para buscar uno, lo más alejado de la entrada principal. Algo absurdo, dado que no había ningún tipo de separación, y al estar vacío, era perfectamente visible desde cualquier ángulo del recinto. Sin embargo, en mi incesante búsqueda del lugar ideal, alcancé el fondo de la estancia rectangular. Al situarme en el último esquinazo, de pronto, encontré lo que buscaba.

Aquí sí que os voy a dejar de piedra. Al menos así me quedé yo. ¿Sabéis cuál escogí? ¿No?

Un árbol. Allí apareció un árbol salido de la nada. Tan sólo pude fijarme en el tronco de lo que parecía un platanero.

Obviamente, en ese momento me desperté, y salí corriendo hacia el servicio, que dicho sea de paso, sí tiene puertas, está separado del resto de la casa, y sólo existe un inodoro. Es decir, de lo más normalito.

Al levantarme esta mañana, me he acordado del sueño, y no me he dejado de reír y asombrarme por lo absurdo.

Aquí llegaría la interpretación Freudiana del deseo reprimido: paso demasiado tiempo con mi perro, y envidio lo sencillo que lo tiene él, tan sólo levantar una patilla y donde caiga…

Ahí dejo suficiente información para el psicoanálisis, y los Freudianos. Por mi parte, sólo puedo concluir:

«Que la vida es sueño y los sueños, sueños son».
 Calderón de la Barca

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