La vida puede cambiar en un instante. En un momento eres libre y, al siguiente, te encuentras confinado en una habitación oculta tras una estantería. Escondida y aislada del mundo exterior.
A pesar de ese reclutamiento forzado en tan pequeño espacio te consideras afortunada por tener un refugio donde mantenerte alejada del caos y de la guerra que se debate en los extramuros del edificio.
Transcurren con parsimonia los días, las semanas, los meses y, cuando menos te lo esperas, han pasado ya dos años. El miedo es sustituído, poco a poco, por la rutina. Los sentimientos de la adolescencia fluyen como la pólvora. Los enfrentamientos y discusiones son inevitables cuando se comparte un reducido espacio con varias personas, aunque parte de ellas sean los seres más queridos.
De repente, descubres con horror que alguien ha dado una voz de alarma. Un chivatazo, y el mundo se desmorona como un castillo de naipes.
Inevitablemente comienza el principio del fin.
El 2 de septiembre de 1944, Annelies Marie «Anne» Frank, popularmente conocida como Anna Frank, fue arrestada junto con su familia y cuatro personas más con las que compartieron escondrijo durante más de dos años.
Una vez arrestados, fueron trasladados a diferentes campos de concentración. De todos ellos, sólo sobrevivió el padre de Ana Frank, Otto, que recapitulará todas las páginas del Diario de Ana Frank para intentar publicarlas, tratando así de conseguir el deseo de su hija menor de ser escritora.
Logro que consiguió ser un rotundo éxito y, cuya lectura recomiendo para todo aquel que quiera introducirse en la piel de la adolescencia de una niña judía en mitad de la II Guerra Mundial.
«Cuando los nazis vinieron a buscar a los comunistas,
guardé silencio,
porque yo no era comunista,Cuando encarcelaron a los socialdemócratas,
guardé silencio,
porque yo no era socialdemócrata,Cuando vinieron a buscar a los sindicalistas,
no protesté,
porque yo no era sindicalista,Cuando vinieron a buscar a los judíos,
no protesté,
porque yo no era judío,Cuando vinieron a buscarme,
no había nadie más que pudiera protestar».Martin Niemoeller (1892-1984) Pastor protestante alemán.