Todos los años por estas fechas tengo alguna sorpresa. No me refiero a tener algún regalito de cumpleaños (siempre bienvenido), sino a otro tipo de obsequios inesperados.
Durante los últimos años, casualmente, he recibido algún sobresalto por motivos laborales. El año pasado fue mi repentino despido, lo cual según están los tiempos no es de extrañar, aunque personalmente fue un pequeño shock. Todos tenemos un mal día.
En los años anteriores, en concreto hace dos y tres años, fueron gratas situaciones, una renovación de un contrato y un negociado aumento. Si continúo en el tiempo se suceden los contratos y renovaciones y despidos. Todos, curiosamente, coinciden con estas fechas.
Por eso no es de extrañar que este año… I got a feeling… Siempre acabo pensando ¿qué me puede pasar? Peor no podría ser. No tengo trabajo. Entonces, ¿Qué será esta vez?
Conocedora de parte de mis desgracias y mi mala suerte es mi abuela, que hoy me ha dado un consejo por teléfono…
– Has de pedir a tu ángel de la guarda que te cuide.
Yo me pregunto si se le puede pedir eso a un ángel de la guarda (y ya puestos… un regalito). El mío en particular no sé si se está tomando un año sabático, ha solicitado una excedencia o incluso, se ha tomado unas vacaciones extremadamente prolongadas. En cuyo caso me pregunto:
– ¿Quién le ha dado permiso?
Tampoco me extrañaría que mi ángel se haya retirado y haya sido sustituído por un becario o, peor aún, con esta política de recortes lo tengo repartido con, lo menos, otras cuatro personas. Está claro, que no da abasto. Pero, como os he dicho, este año… I got a feeling…