Jaula de Grillos

Llega el ansiado momento del día. La hora de acostarse. Samantha se deja caer sobre la mullida cama con parsimonia.

 Por fin

Hay días interminables, de trabajo agotador y merecido descanso. Al meterse en la cama todo parecer obra de un mal sueño.

 Samantha estira los brazos y desliza los pies bajo las sábanas. Cierra los ojos para deleitarse del momento. Unos minutos más tarde, nota el peso de John, su marido, sobre el colchón, al acostarse a su lado. La rodea con un brazo al tiempo que estira la otra mano para pulsar el interruptor del mando a distancia del televisor.

– No lo pongas -susurra ella, acercando la cabeza al torno desnudo de él – Hoy no, porfa.

– Sólo un rato, Sammy -responde él, en voz baja, acariciándole suavemente la cabeza-. 

– Porfa, John -musita con gesto lastimero- Porfa.

– Dejaré el volumen al mínimo -le susurra-. Ni te enterarás de que está encendida.

Samantha se gira en redondo, dándose por vencida, no sin antes mostrar su disgusto con una mirada furtiva y un gesto de desaprobación, para acabar escondiendo la cabeza entre las mantas.

 – Venga, Sammy -implora John, buscándola bajo la colcha-. No te cabrees.

– No me cabreo -refunfuña, sacando la cabeza-. No puedo dormir con la tele encendida.

– Pero están poniendo el resumen.

– Están discutiendo -replica molesta- Por la tarde, por la noche. Siempre fútbol.

– Sabes que me gusta -dice con gesto mohíno-. Además, ahora vienen las declaraciones de los entrenadores…

 Samantha da un prolongado suspiro antes de aceptar.

 – Está bien. Pero sólo un rato -advierte con mirada firme.

– No te vas a enterar -dice John, con un sonrisa disimulada.

– Ojalá

Se vuelve hacia la mesita de noche y tantea en el interior del cajón en busca del antifaz. Tras ponérselo, se gira hacia él, escondiéndose de los haces de luz que se filtran a través de las rendijas.

A sus oídos llegan las voces de los periodistas e invitados al famoso programa de la cadena deportiva. Se levantan la voz unos a otros, impidiéndose hablar y escuchar mutuamente. A Samantha le recuerdan a una jaula de grillos. Esconde la cabeza un poco más, bajo las mantas. Pero aún así, les oye alzar el tono de la conversación. Analizan las jugadas más controvertidas.

Era fuera de juego… Ése era un penalti de libro… 

Cada gesto.

Se está echando las manos a la cara y le ha rozado la cadera…

Los critican fervientes seguidores y detractores de uno y otro bando. 

Mañana sin falta, compraré unos tapones para los oídos, piensa mientras escucha atacar y defender entre los contertulios a los jugadores, entrenadores, hinchas….

– Hago lo que me da la gana…

Esas palabras son la gota que colma el vaso de Samantha.

– Pero, ¿lo has oído? -dice enojada-. Están cobrando una pasta por deliberar acerca de un partido de fútbol. Pero encima, no razonan. Están gritando, diciendo sandeces y sacando las cosas de quicio.

John sabe que tiene razón. Es el momento de apagar el televisor. Dentro de una semana habrá otro partido y periodistas, futbolistas, forofos del fútbol conocedores de semejante evento están calentando motores. Esto no ha acabado aún.

El 3 de mayo se celebra el Día Internacional de la Libertad de Prensa.

La libertad de expresar, de comunicar y de recibir libremente información es un derecho reconocido y protegido en la Constitución.

Periodistas, reporteros, comentaristas, locutores de radio y televisión e informadores en general, pueden exteriorizar libremente pensamientos y opiniones. De hecho, están obligados a hacerlo con transparencia, veracidad y conciencia del poder que tienen como medios de comunicación. Pero, ¿están ejerciendo ese derecho como les corresponde? Algunas veces, tengo mis dudas…
 

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