Sentado delante de la mesa de su escritorio comienza a colocar los archivadores estratégicamente. Apila uno encima de otro, de forma que el lomo grueso del segundo encaje, casi a la perfección, con la parte delgada del que tiene debajo.
Apenas unos minutos más tarde, ha conseguido amontonar la media docena de archivadores que tenía esparcidos por la mesa, en una montaña de informes contables más o menos alineados. Sonríe orgulloso y satisfecho. Ahora sólo queda llevarlo hasta el archivo situado a tres puertas de su despacho, al fondo del pasillo, donde se encuentran almacenadas el resto de las carpetas con todas finanzas de la empresa.
– Vamos a ello -murmura para infundirse ánimo, al tiempo que cruza ambas manos por debajo del grueso volumen de ficheros y los levanta con firmeza.
Se alza lentamente mirando fijamente al volumen de papeles que tiene ante los ojos y que le impiden una completa visión de lo que tiene ante sí. Pero tiene claro que se va a ahorrar varios viajes de una sola atacada.
Sostiene con fuerza los archivadores. Hay uno que parece moverse más que el resto. La punta metálica de una de sus esquinas choca constantemente contra la portada del delgado clasificador que tiene debajo. Thomas lo mira dubitativo, y se queda inmóvil unos segundos hasta que desaparece todo atisbo de movimiento.
Se gira con cuidado hacia la puerta arrastrando un pie tras otro por el suelo sin apartar la vista ni un momento del grueso de papeles que sostiene. Ese fichero comienza a agitarse con más fuerza. Ralentiza los movimientos hasta llegar al marco de la puerta. Por el rabillo del ojo no distingue ningún movimiento, por lo que se decide a continuar su andanza. Siente los músculos en tensión, pero mantiene el equilibrio y la mirada fija en esa esquina que rebota una y otra vez contra el archivador de debajo.
Ha avanzado un par de metros y sigue arrastrando los pies.
A su alrededor, algunos compañeros se paran a observarle expectantes, calculando las probabilidades de que llegue hasta la habitación del fondo sin tropezar ni dejar caer ningún fichero. Thomas puede oír cómo algunos de ellos comienzan a cuchillear.
– Un momento, Thomas -escucha la voz de su amigo Matt- ¡No te muevas!
Obedece y se para en seco. Intenta atisbar entre la maraña de folios y archivadores que tiene delante, para comprobar si tiene algún impedimento en el camino, pero su campo de visión es limitado y no logra vislumbrar más allá de los bultos que tiene ante sí. No obstante, espera a que le informe su compañero, hasta que le oye decir:
– Acercaos todos, vamos a hacer una porra -dice jovial- ¿Cuántos pasos decís que avanza antes de que se le caigan los archivadores?
A Thomas le entran unas ganas enormes de darle un capón. Pero le salva que tiene los brazos ocupados. Así que inspira hondo para hacer acopio de fuerzas antes de replicarle:
– Muchas Gracias por apostar a mi costa, Matt -dice en tono agrio y comienza de nuevo su andadura.
Continúa arrastrando los pies mientras oye un barullo de gente que se va arremolinando alrededor de Matt que, como siempre, trata de sacar provecho de la situación.
Los ignora y prosigue su camino. Acaba de traspasar la primera puerta de su derecha y según sus cálculos se aproxima hacia la segunda. Se encuentra a un tiro de piedra de su meta.
– Uyyy
Las voces se corresponden con la salida del Director Legal, Stephen, de su despacho, la segunda puerta.
– ¡¿Se puede saber qué haces Thomas?!
El tono elevado de su voz y la súbita aparición le hace dar un pequeño respingo hacia atrás.
¿No es obvio?
Sin embargo, no contesta. Está pendiente del montón de ficheros, cuyo peso resisten sus delgados brazos. Los observa balancearse peligrosamente hacia los lados. Se siente como un equilibrista haciendo juegos malabares.
Una gota de sudor le recorre la frente para ir a parar a una de sus pobladas cejas.
– Uyyy -corean las voces a su alrededor.
Thomas no se amilana y persiste en su hazaña. Conoce el camino de memoria. Apenas le separan unos metros de su destino. Escucha una voz que se desmarca del resto. La reconoce al instante, la de Sally…
– Ahí, aguanta, ¡ya lo tienes!
Trata de mantener la calma sin poder evitar que se tambaleen los informes entre sus manos. A duras penas los mantiene en equilibrio.
No, por favor, no os caigáis –les ordena mentalmente.
– ¿Qué demonios…?
Thomas hace caso omiso a las palabras de los compañeros agolpados a su alrededor. Esta vez ha reconocido la voz ronca del Director Financiero, su superior directo. Ya es tarde para preocuparse por eso. Se centra en lo más inmediato. El volumen de expedientes que ha tardado tanto en archivar y que tiene entre sus manos. Respira profundamente y endereza el montón. Tras unos intensos minutos de tensión, lo consigue.
Por poco.
Un ligero cosquilleo en la espalda, le ha pillado desprevenido, contrae impulsivamente los músculos.
¿Qué ha sido eso?
Intenta girar la cabeza pero los ficheros comienzan nuevamente a zarandearse peligrosamente entre sus manos.
Nota nuevamente un hormigueo que le recorre la columna. Arquea la espalda. A punto de vociferar: Quién está provocándole, se detiene. Esta vez es plenamente consciente de que es su propio sudor el que le recorre suavemente la espina dorsal, produciéndole ese hormigueo seguido de unos escalofríos.
Se muerde con fuerza los labios centrando todo su esfuerzo en lograr su objetivo. Está a mitad de camino, sin saber que no logrará aguantar mucho tiempo. Una voz resurge ante él de improviso:
-¡Thomas! ¿Estás loco?
La repentina e inesperada voz del Director General le hace perder el equilibrio. Da un brinco y suelta de golpe todos los archivadores con brusquedad. Como si fuera una fiesta de serpentinas, los ficheros salen volando por los aires yendo a caer por todas partes, sin orden ni concierto. Golpeando a su paso todo obstáculo que se interpone en su camino hacia el suelo. Se produce un estrepitoso estruendo al chocar las partes metálicas de los archivadores contra la superficie del piso.
– ¡¡¡NO!!! -grita disgustado y más alto de lo esperado. Mientras a su alrededor se produce un enorme alboroto al finalizar el juego. Todos se arremolinan alrededor de Matt, con la intención de repartir los beneficios de la apuesta. Pero en cuestión de segundos toda la oficina se encuentra en absoluto silencio.
Thomas no se percata de nada de lo que acontece en torno a él. Está completamente pendiente del estropicio que ha montado. El panorama es desolador.
Derramados por el suelo se encuentran los archivadores abiertos. Parte de los expedientes que con tanto esmero había ido acumulando durante la semana se encuentran ahora desperdigados por doquier sin control.
Al levantar la vista se encuentra con la mirada airada del Director General. Sobre su cabeza pende un archivador abierto por la mitad. Thomas reprime un grito al verlo con el fichero en la cabeza. Paradójicamente solo puede pensar en que tiene un asombroso parecido a un sombrero chino.
Cierra los ojos con fuerza anhelando que tan solo sea una pesadilla, pero eso no impide que siga viendo su futuro igual de negro que al tenerlos abiertos.
-Lo siento -susurra con voz temblorosa, incapaz de moverse.
Abre los ojos despacio, con justificado temor, para comprobar que la imagen es real. Frente a él, aún con el archivador encima de la cabeza y los ojos desorbitados se encuentra el Director General de la compañía. Tiene el dedo índice en alto y señala un único camino: la salida.
El 28 de abril se celebra el Día de la Seguridad y la Salud en el Trabajo, con el fin de promover un trabajo seguro y saludable.
Motivo por el cual he tratado de relatar una hipotética situación que se puede dar en nuestro entorno laboral e incluso en nuestra vida cotidiana. Es habitual que intentemos acaparar más peso del que podemos controlar y sin seguridad alguna.
¿Eres precavido o imprudente?
Si eres uno de los afortunados que tienen un puesto de trabajo en estos tiempos de crisis, confío en que estés concienciado en que cada una de las decisiones que tomamos influyen en nuestra vida diaria más de lo que creemos. Está en manos de todos evitar accidentes laborales.