Tal día como hoy del año 1963 se estableció una línea directa entre la Casablanca y el Kremlin. El fin primordial era evitar situaciones conflictivas entre ambas potencias como la que originó la Crisis de los misiles. Esta conexión, segura y de urgencia, que mantuvieron ambos países se denominó teléfono rojo.
Pero ¿sabíais que no era rojo? ¿Y que no era un teléfono sino un teletipo?
El mero hecho de imaginar semejante aparato ha inspirado a escritores, publicistas, guionistas y toda mente con ansia inventiva como la mente alocada e inquieta de la que suscribe, que ha relatado su propia versión de cómo vivieron los implicados el día en que se instaló dicha línea de comunicación y cómo debió ser su primer contacto.
El Presidente se encuentra solo en su despacho, sentado frente al teléfono que le acaban de instalar. No puede evitar mirar ese rojo intenso que le genera ansiedad. Nunca había creído que esa tonalidad brillante pudiera alterar tanto su serenidad. Cuanto más mira el aparato, con ese color que le persigue, incluso al cerrar los ojos, más convencido está de que es una probabilidad inminente que llegue a sonar. Quizá sea un presagio, pero está convencido de que comenzará a timbrar en cualquier momento, a pesar de que la crisis ha finalizado. A partir de ahora, tendrán línea directa para atajar cualquier conflicto.
Resuenan unos nudillos al golpear en la puerta y no puede menos que dar un pequeño respingo en el asiento. Se descubre a sí mismo con la espalda tensamente erguida, por un momento había pensado que el sonido provenía de aquel teléfono.
Los nudillos resuenan en la puerta con más insistencia
– ¿Se puede, señor Presidente?
– Adelante.
Entra uno de sus asesores andando hacia él con paso ligero, lleva un cuaderno de notas cuyas páginas comienza a pasar frenéticamente sin encontrar lo que busca. Y, en ese instante, suena.
Se queda petrificado frente a aquel aparato. El asesor se queda quieto observándolo con la boca abierta. Ha dejado de mover los papeles. El silencio es absoluto en la estancia.
El Presidente acerca la mano con parsimonia al teléfono. Temiendo el motivo de la llamada, que posiblemente era el aviso que tendría el asesor entre manos. De ser así, le despedirá en cuanto cuelgue. Respira profundamente y siente un nudo en la boca del estómago que le impide hablar. Trata de mostrarse sereno y poco a poco estira la mano para descolgar el auricular.
– Hola, hola -recibe la voz clara e inequívoca a través de la línea-, 1, 2, 3, probando.
– Hola -responde aliviado, intentando no reír-. Funciona correctamente.
– Perfecto, entonces ¿no te importaría mandarme unas alitas de pollo y unas hamburguesas para acompañar el vozka, no?
Advertencia: esta versión de los hechos es completamente ficticia y deja al margen la crisis, originada hace casi 50 años que estuvo a punto de causar la tercera guerra mundial.